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Por LUIS VINKER / Diario Clarín

Los Juegos Olímpicos de Munich, hace exactamente medio siglo, estaban programados como “un canto a la amistad” y como un medio fundamental para que el deporte de Alemania (la entonces “Occidental” o República Federal) borrara el estigma de Berlin ’36, cuando Hitler y sus acólitos utilizaron el máximo acontecimiento como un sistema de propaganda. El comité organizador, liderado por Willi Daume, resaltaba los valores de los “friendly Games” y todo parecía desarrollarse en ese sentido, inclusive en medio de las tensiones por la guerra fría. Las siete medallas de oro del nadador Mark Spitz o la épica final de básquet entre la URSS y Estados Unidos (con el doble final de Alexandr Belov cuya polémica es inextinguible) quedaron como algunos de los capítulos inolvidables de aquellos Juegos.

Sin embargo, el 5 de septiembre de 1972 –cuando un comando terrorista de la organización palestina Septiembre Negro avanzó sobre el pabellón israelí de la Villa Olímpica- se derrumbó aquella construcción pacífica, idílica. Iniciaron la masacre que derivaría, horas más tarde, en un fallido operativo de rescate en un aeropuerto militar, con el saldo de once deportistas muertos (y una espiral de venganza interminable, retratada por “Munich”, la película de Steven Spielberg).

El mundo estaba conmocionado y los Juegos, en vilo. Sin embargo, el Comité Olímpico Internacional –todavía dirigido por el estadounidense Avery Brundage, quien también había tenido importante participación en Berlín varias décadas antes- decidió que los Juegos se reanudaran, tras un servicio religioso y los homenajes a las víctimas.

Y así, el domingo 10 de septiembre, se cumplió el capítulo final de las competencias atléticas en el Estadio Olímpico de Munich. El mismo que, hace pocas semanas y en recuerdo de aquellos momentos tan controvertidos, fuera escenario de un magnífico Campeonato de Europa.

“Durante aquellos días pasamos todas las etapas de un episodio traumático. Cuando volvimos del servicio religioso, nos dimos cuenta qué si nos competíamos, nos rendíamos, era lo que querían los terroristas” , fue una de las reflexiones del atleta estadounidense Frank Shorter. Era uno de los favoritos para el maratón. Cuando los terroristas atacaron la Villa, Shorter estaba durmiendo en la habitación que compartía con el mediofondista David Wottle, protagonista de una memorable carrera de 800 metros que le ganó sobre la línea de sentencia al soviético Arzhanov. “Sentí los disparos en aquella madrugada, nunca lo olvidaré”, contó Shorter.

Cinco días más tarde era uno de los 74 atletas procedentes de 39 países que, exactamente a las 15 y con un clima relativamente agradable (21°C de temperatura, algo de humedad) iban a protagonizar el maratón olímpico. “Había estudiado por largo tiempo al circuito y a mis rivales. Consideraba que había unos diez atletas en condiciones de ganar y que, entre ellos, tres llegarían en condiciones óptimas a ese día. Y debía ser uno de esos tres…”, describió en otras de sus memorias.

Frank Shorter, el ganador del maratón olímpico en Munich 1972.

Tal vez lo que nunca imaginaba Frank Shorter es que aquella carrera iba a formar parte de una nueva era del maratón, de una transformación: simultánea con el “boom” del maratón de Nueva York y la aparición del “jogging” y el “running” como elementos movilizadores en la preparación física. En su país y en el mundo. La conversión del maratón –hasta entonces reducida sólo a personas específicamente preparados- en un movimiento masivo. También, era la primera vez que un maratón olímpico era televisado en directo por una de las grandes cadenas (la ABC) para una audiencia de millones de estadounidenses.

Daba la casualidad –una de tantas- que Shorter había nacido en Munich, donde su padre, médico, cumplía con el servicio militar en el Ejército Estadounidense. Ello sucedió el 31 de octubre de 1947. Pero Shorter no guardaba un buen recuerdo de su padre, a quien refirió como “un golpeador”. Y alguna vez también contó que “cuando empecé a correr, a los quince años, una de las principales motivaciones era estar lejos de casa. Y de los golpes”.

Shorter creció en Middletown, estado de Nueva York, y tuvo una óptima trayectoria como estudiante, en abogacía de la prestigiosa Universidad de Yale. De allí pasó a la escuela de leyes de la Universidad de Florida, en Gainesville, donde hizo un alto en los estudios para concentrarse en la preparación atlética, a medida que llegaban los triunfos en las distancias largas.

Cuando Shorter se presentó a los Juegos de Munich, integraba aquel reducto de “diez favoritos” que había mencionado. En 1971 ya había ganado dos medallas de oro en los Juegos Panamericanos de Cali, sobre 10 mil metros y el maratón. Y acrecentó su dominio de la distancia mayor a fines de esa temporada al vencer en el prestigioso maratón de Fukuoka.

Los Trials estadounidenses para Munich se disputaron en Eugene, Oregón, el “santuario” del atletismo de ese país como se probó en el reciente Mundial y que contaba en aquella época con su carismático mediofondista Steve Prefontaine. Shorter ganó esos Trials en 2h15m57s8, compartiendo el primer puesto con un destacado maratonista que justamente hacía base en Eugene, Ken Moore. Fue una carrera dramática donde también el tercer puesto resultó un empate entre dos de los compañeros de entrenamientos de Shorter en Florida: Jeff Galloway y Jack Bacheler, con 2h20m29s2. Como Galloway había obtenido su “ticket” para los Juegos en 10 mil, se optó por Bacheler para completar el trío de maratonistas en Munich.

Pero Shorter también tenía su apuesta en la pista. Corrió las eliminatorias de 10 mil metros llanos, avanzó a la prueba decisiva y allí terminó 5° con récord nacional de 27m51s32, en la misma competencia en la que el finlandés Lasse Viren iniciaba su notable ciclo de títulos olímpicos.

Aquella intervención en pista sugería que Shorter se encontraba en óptimo estado de velocidad y ritmo pero que el peso de dos carreras podía influir en su cansancio para el maratón. Nunca se notó.

Entre los que iban a discutir las medallas olímpicas se presentaba el australiano Derek Clayton, el primer hombre que corrió un maratón por debajo de las 2 horas y 10 minutos, al llevar el récord a 2h09m36s4 en Fukuoka (1967) y 2h08m33s6 en Amberes (1969). Era el único, en esa época, autor de semejantes registros pero que no se trasladaron a su rendimiento en la más alta competición. Se tenía en alta estima a otros nombres, como el etíope Mamo Wolde quien, a sus 40 años, intentaba prolongar la hegemonía de su país en esta carrera: las victorias de Abebe Bikila en Roma (1960) y Tokio (1964), seguidas por la del propio Wolde en la altitud de México (1968). Otros nombres a considerar eran los de la dupla belga de Gastron Roelants –en su transición de los 3.000 metros con obstáculos, donde ya fue campeón olímpico, hacia el gran fondo- y Karel Lismont, uno de los más consistentes maratonistas de la historia. Y otro con antecedentes de podio olímpico como el japonés Kenji Kimihara. También Ron Hill, británico, verdadera leyenda del maratón internacional.

El atletismo sudamericano tenía su presencia en ese maratón con argentinos, bolivianos y colombianos. Estos (Alvaro Mejía, Víctor Mora y Hernán Barreneche) llegaban con importantes antecedentes, pero no fueron factor en la carrera.

Después de la competencia de cuatro años antes en la altitud de México, a más de 2.200 metros sobre el nivel del mar, el maratón olímpico retornaba ahora a una superficie más accesible y a un circuito ciertamente agradable: Munich alcanza una altitud de 524,4 metros en su punto máximo del maratón y 490 en el mínimo, por lo cual el tema no influía. El recorrido total (42.195 metros) tenía una elevada proporción fuera de las calles céntricas: 1.706 metros en la pista del Estadio Olímpico, 18.095 metros en zona de parques y 11.157 metros en áreas residenciales, arboladas.

Ron Hill y Derek Clayton indicaron el camino a lo largo de los primeros 10 kilómetros, que cubrieron en 31m15 para quedar con unos diez segundos de ventaja sobre los otros favoritos ya mencionados (Shorter, Wolde, Lismont, Roelants). Pero Shorter quedó sorpresivamente al frente al pasar los 15 km. en 46m21s. “No había planeado ese ritmo”, afirmó, pese a que su parcial entre los 10 y 15 km. fue de 14m57, sensiblemente más veloz que las fracciones anteriores (15m51 para los primeros 5, 15m33 para los segundos).

Desde aquel momento, Shorter nunca dejó la punta. Fue el amo absoluto de la carrera, estirando cada vez más su ventaja. Cruzó los 20 km. en 1h01m30, casi medio minuto por delante de Lismont. Cinco kilómetros más adelante (en 1h17m05) esa ventaja se había estirado a 57 segundos y todavía estaba Clayton en la pelea, con Wolde y Moore, con Lismont y Bachelor algo más retrasados. La misma ventaja y sobre los mismos hombres se registró en el paso del kilómetro 30, cronometrado en 1h32m49 para Shorter. En el kilómetro 35, el parcial era 1h48m40, con 1m38s por delante de Wolde. Y en el 40, ya todo estaba resuelto: 2h05m31 para Shorter, 2m55 para el grupo que peleaba el segundo lugar, ahora con Lismont delante de Wolde y Moore, tal como serían las posiciones finales.

Una extraña maldición

Para Frank Shorter –dispuesto a devolverle a Estados Unidos un título en el maratón que no había disfrutado por más de seis décadas- aún faltaba una cuota de suspenso. Las competencias de pista ya habían concluido, se aguardaba la llegada de los maratonistas y por el túnel del estadio apareció un joven con el número 72, con paso firme, marchando veloz hacia la meta. Ni la seguridad de los Juegos –tan cuestionada por el drama vivido pocas horas antes- advirtió que se trataba de un impostor, de una versión anticipada de las “fake news”.

Norbert Südhaus, un estudiante alemán, se encaminaba hacia la “victoria” en el maratón hasta que alguien se dio cuenta del bochorno y consiguieron sacarlo.

“Quería ponerle un poco de humor a estas cosas”, se justificó el muchacho… Shorter ganó, ese cierto, pero –otra de las tantas curiosidades en el historial del maratón olímpico- ni él ni ninguno de los estadounidenses campeones disfrutó de ser “el primero en ingresar al Estadio”.

En 1904, en Saint Louis, el que primero cruzó la meta y festejó durante un buen rato fue Fred Lorz… hasta que se descubrió que había atravesado 15 kilómetros en auto. La medalla de oro quedó para el verdadero campeón, Thomas Hicks. Este había nacido en Birmingham (Inglaterra) y apenas cruzó la meta, se desplomó, exhausto. También su llegada había sido irregular, ya que lo habían reanimado en el circuito con algunas dosis de cognac.

Cuatro años más tarde, en Londres y cuando “nació” la que sería la distancia definitiva de maratón (42.195 metros), también el primero en cruzar la meta fue el legendario corredor italiano Dorando Pietri. Pero, al desmayarse en la recta final y recibir la “reanimación” de jueces y público –entre ellos Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes– lo descalificaron y ni siquiera le sirvió de consuelo la copa de plata que le entregó la reina. La medalla de oro le correspondió a Johnny Hayes (algunas fuentes citan Irlanda como su país de nacimiento).

Shorter igualmente disfrutó de la vuelta de honor, que dio abrazado con su compañero Ken Moore, convertido luego en uno de los más relevantes periodistas de atletismo de su país (y recientemente fallecido).

Definitivamente, su actuación fue excepcional: su marca de 2h12m19s8 quedó cerca del tope olímpico de Bikila (2h12m11s6 en Tokio 64). Y cuatro años más tarde volvería al podio olímpico, escoltando al alemán (del Este) Waldemar Cierpinski en Montreal.

En la carrera de Munich, Shorter fue escoltado por Lismont (2h14m31s8) y Wolde (2h15m08s4). Este, a sus 40 años, completaba su cuarta participación olímpica: en la primera (1956) había corrido 400 metros llanos y la posta 4×400 metros, como un velocista y en la pista. Para Lismont, por su parte, Munich significó una de las tantas pruebas de su consistencia, que demostró en otras participaciones en los Juegos (bronce en Montreal) y el título europeo del 71, entre otros logros.

A su retiro del atletismo, Shorter también ejerció como comentarista, motivador, difusor del atletismo de fondo y enérgico luchador contra el flagelo del doping. Reside en Boulder, Colorado, donde fundó una de las carreras clásicas de su país (la Boulder-Boulder de 10K).

Frank Shorter, el ganador del maratón olímpico en Munich 1972.

La carrera de los colombianos

Los fondistas colombianos –en su época “dorada” y con la popularidad que luego les dio la San Silvestre- tenían firmes esperanzas para aquel maratón de Munich, pero estuvieron lejos de concretarse. El despegue colombiano se había producido con las campañas de Alvaro Mejía, primero con sus récords en pista y posteriormente con su debut como maratonista (2h17m23 en Burlingame, en 1971) siendo así el primero corredor de nuestra región por debajo de las 2h20m. Esa actuación antecedió a su histórica consagración en el Maratón de Boston de 1971 –es el único sudamericano que lo ha logrado hasta ahora-y fue el propio Mejía quien convocó a sus ascendentes compatriotas (Víctor Mora, Hernán Barreneche y Domingo Tibaduiza) para un ciclo de preparación en San Mateo, California.

En Boston del 72, Mora estuvo a un paso de emular la hazaña de Mejía y ocupó el 2° puesto con 2h.5m57s, a 19 segundos del triunfador, el finés Olavio Suomalainen. Allí Mejía fue octavo, Tibaduiza, 11° y Barreneche, cuatro puestos después. Sin embargo, la experiencia y aptitud demostradas por Barreneche –que incluía la medalla de bronce en los Panamericanos de Cali y un subcampeonato sudamericano- habilitaron su inclusión en el maratón de Munich con Mora y Mejía, en tanto el popular “Tiba” clasificó para los 10 mil metros.

Al final, Barreneche fue el mejor entre los colombianos en Munich con el 29° puesto en 2h23m40, en tanto Mejía fue 48° con 2h31m56s4 y Mora llegó más retrasado (52° en 2h37m34s6). En total, terminaron la carrera 62 maratonistas y abandonaron 12.

Una generación dorada de argentinos

Uno de ellos, debido a un desvanecimiento cuando le faltaban apenas 50 metros para terminar, fue un argentino: Nazario Araujo. Se encontraba junto al puesto 50 y, poco después, llegó su compatriota Fernando Molina, 53° con 2h38m16s y dos puestos después, Ramón Cabrera en 2h38m18s6.

Oriundo de La Cruz, un pueblito de 2.000 habitantes en el corazón de Corrientes, Cabrera había empezado a correr en la vecina Curuzú Cuatiá con 14 años y más adelante, llegó a Buenos Aires donde se enroló en las filas de Allevi Club, un modesto, entusiasta y pujante equipo liderado por Ismael Yanuzelli. Y que para los Juegos de Munich concretó –desde sus entrenamientos en el Parque Los Andes, junto a la Chacarita- una auténtica proeza: clasificó a tres atletas. Los citados Cabrera y Molina en maratón, y Adalberto Scorza en la marcha de los 50 kilómetros.

“Nosotros queríamos correr. Pero nos sentíamos raros, aturdidos, por lo que había pasado con los atletas israelíes”, contó hace algún tiempo Cabrera, entrevistado en Mar del Plata por los periodistas Damián Cáceres y Ezequiel Brahim.

La clasificación de Molina y Cabrera, junto a Nazario Araujo, para aquel plantel olímpico también tuvo sus curiosidades. Las pruebas de calle recién habían retornado a Buenos Aires, después de un período de prohibición, y la primera edición de Fiestas Mayas –el 25 de Mayo de 1972, sobre 12 km entre la Plaza de Mayo y el Estadio de River- fue todo un acontecimiento. El popular relator de Radio Rivadavia, José María Muñoz, y el sindicalista de Luz y Fuerza, Juan José Taccone (también presidente de la Federación Atlética Metropolitana), impulsaron la revitalización de las “carreras de calle” y promovieron que el atletismo argentino volviera a contar con maratonistas en los Juegos Olímpicos, recordando las gloriosas gestas de Zabala, Cabrera, Gorno, Suárez…

Un selectivo especial

El selectivo para los Juegos se realizó el 15 de julio en Ezeiza, sobre un circuito que –costumbres de esa época, mucho más adelante llegaría la “modernización”- no tenía ni la medición ni la certificación de la que se dispone hoy con sistemas técnicos más ajustados. Esa carrera, a la vez, fue considerada el primer Campeonato Nacional del historial. Y lo cierto es que, aunque apenas participaban cuatro atletas, tuvo su cuota de emociones.

Efraín Raimundo Manquel, el bravo maratonista de Chubut, recién asomaba y marcó el ritmo hasta el kilómetro 25, luego desertó. Y allí fue sorpresivamente relevado en la punta por Cabrera, cuyos antecedentes en pista no eran tan relevantes como los de sus rivales. Con un tremendo coraje, Cabrera sostuvo la punta hasta aproximadamente el km. 39, donde los favoritos lo alcanzaron y sobrepasaron. Los jueces marcaron 2h23m50 para Araujo, 2h23m51 para Molina y 2h25m00 para Cabrera. Y las autoridades atléticas de la época consideraron que aquellas actuaciones –más allá de las marcas o la medición- merecían la nominación olímpica para los tres atletas.

Entre ellos, Araujo era quien tenía mejores antecedentes en la pista (14m34s4 en 5.000 y 30m54s6 en 10.000), aunque su única intervención anterior en maratón se remontaba al Campeonato Sudamericano de 1969, cuando quedó 4° con 2h50m09 en la altitud de Quito. Nacido en Santa Cruz, pero residente desde chico en Chubut, se radicó en Buenos Aires a fines de los 60 representando a Independiente, contando con los consejos técnicos del gran Osvaldo Suárez –entre otros- y convirtiéndose en uno de los principales fondistas del país. Su victoria en aquella edición inaugural de Fiestas Mayas con 41m14 en gran duelo con el otro nombre dominante de la época, Juan Carrizo, elevó su popularidad.

Y así Nazario Araujo fue el primero de los atletas provenientes de Chubut que se dio el gusto de intervenir en un maratón olímpico, tradición que el año pasado rescataron en Sapporo nuestros mejores contemporáneos: Eulalio “Coco” Muñoz y Joaquín Arbe, de Gualjaina y Esquel respectivamente.

Araujo había nacido el 25 de mayo de 1945 y al concluir su campaña atlética retornó a Comodoro Rivadavia, donde ejerció (y hasta hoy) como formador y guía de nuevas generaciones de corredores. Ramón Cabrera nació el 30 de mayo de 1938. Y también ese año nació Fernando Molina (9-4-38) quien, a lo largo de los 70, fue uno de los fondistas argentinos con mayor dedicación al maratón, alcanzando el 8° puesto en los Panamericanos de Cali y el 6° en el Sudamericano de Lima 71.

FRANK SHORTER HIGHLIGHTS

1971Fukuoka Marathon2:12:511972U.S. Olympic Trials Marathon2:15:581972Munich Olympic Games2:12:191972Fukuoka Marathon2:10:301973Fukuoka Marathon2:11:451974Fukuoka Marathon2:11:321976U.S. Olympic Trials Marathon2:11:511976Montreal Olympic Games2:10:451976New York City Marathon2:13:121978New York City Marathon2:19:321979New York City Marathon2:16:15