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Hace algunos días, en el popular programa televisivo de Marcelo Tinelli, una pareja de tango, mayores ellos, sorprendió entre tanto desfile mediático: Alfredo Boncagni y María Teresa Dilger, su mujer. “Ya habíamos estado hace algún tiempo en otro programa, en la TV Pública, y se ve que a un productor les interesó lo que hacíamos. Así que nos convocaron ahora para mostrar nuestro arte” cuenta Boncagni.

                Sucede que Alfredo Atilio Boncagni, hoy de 78 años (nació el 7 de febrero de 1945) fue una de las figuras del atletismo argentino en la década del 60. Y aún hoy, entre todos sus logros, hay uno que todavía es insuperable: es el máximo campeón de salto en largo en el historial de los Campeonatos Nacionales, con los siete títulos que logró entre 1963 -cuando todavía era juvenil- y 1978, ya antes de su retiro. Boncagni se apoderó del récord argentino con 7 metros y 48 centímetros, que logró en el  Parque Independencia de Rosario, en el saltómetro de Gimnasia y Esgrima,  el sábado 2 de octubre de 1965. Allí batió una marca del legendario Enrique Kistenmacher, que tenía larga vigencia (7.365 en 1949, en Lima). Y también el récord de Boncagni permaneció imbatible por casi una década, hasta que el cordobés Emilio Mazzeo pudo superarlo con 7.51, el 22 de junio de 1975 en su provincia.

                Poco antes, el 12 de septiembre en el Colegio Nacional en La Plata y durante el torneo Primavera, había demostrado que se encontraba en plena forma para atacar ese récord: lo igualó con 7.36, que no se homologó por la falta de control  de viento, algo tan común en su época.

                Hugo Tombolini, un destacado triplista, lo había invitó al torneo en Rosario, donde Gimnasia y Esgrima celebraba su 61° aniversario, recomendándole el saltómetro. Aquel sábado, Boncagni  tomó el tren en Retiro a las 7.25 de la estación y llegó justo para el torneo de la tarde. Su serie fue: 6.92, 6.91, 7.12, 7.18, 7.35… y listo para el último intento.  Describió en El Gráfico: “El griterío era bárbaro, la gente me alentó como nunca, todos se concentraron ahí, parecía que estaba el récord”. Y fue, nomás con sus 7.48. En la misma nota de la revista, Boncagni detalló:

                “Primero me dijeron que habí a saltado 7.50, así lo anunciaron y yo quedé metido en la euforia de los que venían a abrazarme. Pero enseguida mi entrenador Hipólito Jaimes, a quien le debo todo esto, pidió que volvieran a medir para levantar el acta del record. Resulta que el pie derecho quedó un poquito atrás, dos centímetros. Pero qué importa… ¿Saben la emoción que siento, la confianza que recuperé? Antes creía que saltar tanto sería imposible por mi físico, no llegó a 1.75…”.

                “Mi entrenador, Hipólito Jaime, había sido fondista. Pero él estudió para preparar velocistas y saltadores, me vio condiciones. Y desde chico me venía diciendo que yo podía ser el recordman de salto en largo”, cuenta Boncagni.

                Acerca de sus comienzos deportivos, amplía: “Yo soy de Saavedra y comencé a practicar deportes en Platense. Jaimes enseñaba gimnasia, básquet y atletismo, que practicábamos en una pista de césped que todavía tenía el club. El me fue guiando hacia el salto en largo. Y cuando yo saltaba sobre 6 metros, me alentó para que soñara con el récord argentino”.

                En 1963, Boncagni ganó el salto en largo en el Campeonato Argentino, en Jujuy, al marcar 6.73 y retuvo el título un año después en Comodoro Rivadavia con 6.99. En esa misma temporada tuvo su debut internacional en el Sudamericano Juvenil de Chile, donde quedó tercero con 6.95. En 1966 logró el tercero de sus títulos nacionales (7.11) y participó en el match con la selección de Chile, en Comodoro Rivadavia: allí, además de obtener el salto en largo con 7.16, integró la posta 4×100 que batió el récord argentino con 41.3. Primer relevista se complementó con tres excelentes sprinters como Carlos Ripoll, Roberto Schaefer y el legendario Andrés “Pelusa” Calonje.

              Convocado para el servicio militar, esto podía significar -como les sucedió a muchos deportistas- un quiebre en su campaña. “Pero cuando Platense se mudó a Vicente López y nos quedamos sin equipo de atletismo, con Jaimes conseguimos ir al Círculo militar, cerca de Monroe y Figueroa Alcorta, donde también disponían de una pista de carbonilla. Cuando me sortearon para el Ejército, me iban a destinar a Junín de los Andes, pero uno de los directivos del Circulo gestionó que pudiera quedarme en el Comando en Jefe, en el Centro. Y allí me daban facilidades para entrenarme… Lo único, es que participara en el torneo de las Fuerzas Armadas y lo hice con gusto, gané las pruebas de velocidad, salto en largo y largo…”.

                Otro de sus grandes momentos se vivió en la pista de Parque Chacabuco, en octubre de 1967, durante el Campeonato Sudamericano que convocó multitudes a lo largo de una semana. Después de un comienzo dubitativo, al llegar la cuarta ronda, Boncagni se colocó al frente del salto en largo con 7.28 metros, marca que repitió en el salto siguiente. Faltaba un intento. Boncagni marcó 7.13 y el chileno Iván Moreno, defensor del título y también campeón de los 100 metros llanos, volvió a demostrar su pasta de campeón para alcanzar los 7.35 metros que le darían la victoria, quedando el argentino con la medalla de plata.

                Boncagni volvería a ser campeón nacional de salto en largo en 1967 (7.03), 1968 (6.96) y 1969 (7.32w). A partir de allí surgió una generación de promisorios jóvenes como el mencionado Mazzeo y el entrerriano Eduardo Gabriel Labalta. Pero en el 78, cerca de su retiro de las pistas, Boncagni volvió a reinar con 6.89, el séptimo y definitivo título. Además fue campeón de la posta 4×100 con el equipo de la FAM en dos ediciones (1968 y 1969). En aquellos tiempos, las oportunidades de competencia internacional no eran tan frecuentes. Pudo asistir a otro Sudamericano (Quito 1969), donde terminó sexto con 6.96, mientras el brasileño Admilson Bosco Chitarra (7.60) terminaba con el reinado de Iván Moreno (7.54) quedando el bronce para el argentino Labalta (7.21). En el quinto puesto estaba el brasileño, y flamante subcampeón olímpico de salto triple, Nelson Prudencio (7.00).

                De una depurada técnica y de intensa fibra competitiva,  Boncagni se do el gusto de vencer a destacados saltarines alemanes de su tiempo como el triplista Michael Sauer (ambos con 7.08 m. en el torneo Pierre de Coubertin del 65) y Hans Narlich, dos años después en el mismo evento. En el Coubertin del 73, cuando ya representaba a GEBA, Boncagni fue tercero, triunfando el español -y bronce europeo, cercano a los 8 metros- Rafael Blanquer.

                “El atletismo me dio mucho. Sobre todo, la disciplina para llevar una vida sana. Y muchos amigos, con los que compartimos las competencias y los viajes. Y todavía hoy, cuando me reencuentro con algunos o recibo sus mensajes, es una gran emoción, un bello recuerdo”, afirma.

                Luego de su retiro del deporte, Boncagni se dedicó al manejo de su taller de reparaciones eléctricas de autos. Pero vivió un episodio muy traumático en la época del corralito, que significaría un cambio total en su vida.

                “Fue muy duro en todo sentido. Tenía mis ahorros en el banco y allí quedaron atrapados. Y también, tenía muchos deudores. Los más humildes, me pagaron hasta el último centavo. Pero las empresas que me debían, no me pagaron… Tuve que cerrar el taller, por suerte pude colocar a mis empleados en otros trabajos, ya que no podía afrontar el pago de las indemnizaciones”, recuerda.

                Boncagni sufrió un infarto de miocardio que le obligó a dejar su trabajo, a repensar su futuro. “Los médicos me aconsejaron. Ellos me explicaron que, gracias a mis antecedentes en el deporte, a llevar una vida sana y ordenada, podía superar esa situación, que todo iba a cicatrizar. Pero que debía reordenar, llevar una vida sin tensiones, aprender a disfrutar. Y también me aconsejaron empezar con el tango… Yo no tenía ni idea, nunca me imaginé el placer que esto me iba a dar”.

             Empecé a tomar clases y a aprender íntegramente el tango, a conocer sus orquestas, los grandes compositores, las letras. Y a trabajar en las técnicas de baile. Cuando salí a dar mi primer espectáculo, junto a otros alumnos, y me aplaudieron sentí la misma emoción que tenía en aquella época de los podios atléticos, cuando te colocaban la medalla…”

                Desde entonces, ofreció espectáculos junto a su pareja, fueron maestros pro varios años, tuvieron sus apariciones en competencias de tango y en los medios. “A los mayores, sean de 60, 70 u 80 años, les recomienzo hacerlo, es importante para sentirse activo, para disfrutar la vida, disponer de buena salud, compartir el placer. Lo defino como una experiencia maravillosa”, afirma.

                Alfredo Atilio Boncagni, ahora el eximio bailarín de tango, que no olvida aquel tiempo de sus logros en el atletismo nacional.