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Por EZEQUIEL BRAHIM / La Nación

Hoy es fácil decir que Franco Florio es el argentino más rápido de la historia, pero la verdad es que ni los mayores conocedores de la velocidad nacional daban dos pesos por él. Ahora que rompió el récord argentino que se había sostenido inquebrantable por un cuarto de siglo, ahora que se colgó la medalla dorara en los recientes Juegos Suramericanos, ahora que todos lo conocen. Pero la historia se parte en dos el día que pisó, por primera vez, una pista de atletismo, con una camiseta de Los Pumas. Vamos a ese instante donde los senderos se bifurcan.

No, si juega al rugby no, les enseñás a correr y después se van atrás de la pelotita”, esa fue la primera respuesta de Javier Morillas, el entrenador de velocistas referente en la última década en Argentina. Bajo sus conocimientos estuvo el gran Matías Robledo, cinco años consecutivos campeón argentino de 100 metros (2014 al 2018), entrena a la mujer que actualmente domina la velocidad nacional Florencia Lamboglia, y no quería saber nada con ese tal Florio, que venía recomendado. “Le dije que sí porque me lo pidió una amiga del trabajo”, confiesa Javier. “Pero para colmo me cae a la pista con una remera de los Pumas”. El entrenador lo saluda, y la primer consulta de Florio fue “yo quiero saber si voy a ser bueno”. Morillas fue claro: “mirá nene, yo futurología no hago”.

Y ahí está, sobre los tacos de partida de la pista sintética del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard), Franco Florio, 16 años, wing de la selección de rugby Pumas Seven, con la indicación de correr 80 metros lo más rápido posible. Morillas da la orden de partida y 9,2 segundos más tarde Florio traspasa la línea de llegada. Morillas no le cree.

No le cree a su reloj, o a sus reflejos para presionar el botón, o a algo que no sabe definir, pero ese tiempo no es del todo creíble. Lo llama a Matías Robledo, que por ese entonces ya era triple campeón argentino de 100 metros y le dice que lo ayude a tomar el tiempo de este pibe nuevo. Florio de vuelta a los tacos, ahora lo esperan dos cronómetros en la línea de llegada. Segundo intento, mismo tiempo. Matías Robledo levanta la mirada del cronómetro, la posa en su entrenado y le dice: “a la pelota…”.

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Franco llega a su primer Campeonato Nacional sub-18 por la puerta de atrás. Al principio no estaba ni en la lista de convocados de la Federación Atlética Metropolitana (FAM) para ir a Concepción de Uruguay. Había corrido una sola carrera ese año, pero termina yendo como suplente. Logra pasar las series clasificatorias y llega a la final.

— Mirá Franquito que está lloviendo— Le advierte “Toto” Barizza, legendario entrenador de la FAM

— Acá puede que tengan miedo con la lluvia, yo vengo de jugar al rugby, si me mojo no pasa nada

— Esta es la final Franco, acá los demás también corren fuerte- Lo cruza Morillas.

— No te preocupes Javier, yo no voy a correr, voy a ganar.

Su segunda carrera del año y sale campeón nacional.

“Fran es el cuarto de mis cinco hijos y siempre tuvo mucho carácter y una personalidad muy fuerte”, cuenta Silvina Florio, su madre. “Así sostiene la presión que implica estar solo en los tacos”.

Tiene todo lo que un gran campeón de velocidad”, agrega Matías Robledo, quién marcó el camino de la velocidad antes de Franco. “Glúteo grande, empuje de pierna completo, y no le tiene miedo a nadie, es muy respetuoso, pero cuando se le mete algo en la cabeza va y va”.

Entrena seis días a la semana, un solo turno. “Hacemos mucho más trabajo de calidad que cantidad, necesitamos que el sistema nervioso se recupere”, explica Morillas. Lunes, miércoles, viernes y sábado Franco se sube a la pista sintética del Cenard para terminar luego de una hora y media, a veces dos. Martes y jueves prepara su cuerpo en el gimnasio. Intercalando correr fuerte y hacer fuerza contra barras de metal, estudia Comercio Internacional en la universidad Siglo XXI. Y también realiza cuanto curso encuentra de programación, “porque me gusta, no lo veo hoy como una salida laboral”, explica Franco, “lo que me inculcaron mis padres, es que más allá del deporte, había que estudiar una carrera de grado”.

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Carlos Gats es la leyenda de la velocidad en Argentina. Olímpico en Atlanta 1996 y Sydney 2000, récord nacional en 100 y 200 metros. Premio Konex por su trayectoria deportiva en el 2000. Solo Gabriel Simón, y corriendo en la altura, había podio igualar los 10s23/100 que Gats había logrado en 1998. Esa marca fue una muralla para cualquier velocista argentino durante casi un cuarto de siglo.

Estaba tan enojado por haber perdido con el brasileño que me había olvidado del récord”, reconoce Franco. Tres centésimas de segundo. Un segundo dividido cien veces, esa infinidad de tiempo, tres veces. Un parpadeo dura treinta centésima, Franco se lamenta solo por tres, la décima parte de un parpadeo, por esa fracción de tiempo perdió la medalla de oro. Aún corriendo como ningún argentino lo había hecho nunca en la historia. Para ganar medalla de plata lograda tras el brasilero, Erik Felipe Barbosa Cardoso, quien hizo 10s08/100, Franco tuvo que recorrer los 100 metros en 10s11/100, récord argentino de mayores. Aunque tiene 22 años y esto sucedió en el Campeonato Sudamericano Sub 23 en Cascavel, Brasil, hace apenas un mes. Con 22 años corrió más rápido que la historia. Pero no se quedó quieto.

A las dos semanas estaba en Asunción, Paraguay, para los Juegos Odesur. Ahora sí, sin límite de edad, corría contra todos. Llegó la final, era de noche y llovía, como hace cuatro años en Concepción del Uruguay. Ahora Franco ya no era el chico que jugaba al rugby, ahora era el récord argentino, ahora estaba frente a los mejores de Sudamérica y venía de perder el oro por tres centésimas, ahora quería revancha. Las manos apoyadas en el piso detrás de la línea de partida, elevan la cadera esperando el disparo, la lluvia cae vertical desde el cielo de Asunción. La pólvora detona en sus oídos y salen disparados, de golpe las gotas de lluvia ya no caen, pegan en el pecho, el tiempo se estira a lo largo de diez segundos y Franco Florio cruza antes que nadie, delante de todos, la línea de llegada en Paraguay.

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“Lo voy a ver todas las carreras que me son posibles, excepto cuando viaja, por un tema de costos”, cuenta Santiago Florio (62), su padre. “Me pongo nervioso al verlo correr pero a diferencia de Silvina, yo no grito”.

“Sí, cuándo lo veo correr siempre grito ¡Vamos Franco, vamos Franco!”, confirma Silvina (57) su madre, “siempre lo aliento, si es mi hijo; aunque esté sola mirando la tele”. Y agrega: “Cada vez que me necesite en mi rol de mamá voy a estar acompañándolo. A mí me gustaría que vaya de a poco, logrando sus metas, pero sin perder de vista que tiene que disfrutar el camino en llegar a ellas”.

Por último su padre quiere agregar algo más. Ya había anticipado al inicio de la entrevista con LA NACION que no era un hombre de muchas palabras, pero sí acotará que, “quisiera que Franco sea feliz corriendo”.

Para terminar la historia, la persona que le pidió el favor a Javier Morillas, que probara a este pibe que venía del rugby, fue su hermana Natalia. Cuando volvió de esa primera prueba, Franco ya tenía un objetivo en mente y se lo dijo a ella: “Nati, le quiero ganar a Usain Bolt”. La realidad es que eso se presenta casi imposible. No solo porque el mayor prodigio humano que vio la velocidad es casi inexpugnable en las pistas, sino porque se retiró de las competencias hace ya tres años. Lo cual no quita que Franco siga buscando metas: “mi instinto siegue siendo hacer lo mejor, es mismo pensamiento que tenía de chiquito, que lo aplicaba en rugby”.

Y esa meta es bajar los míticos 10 segundos en los 100 metros. Claro está, nunca lo logró un argentino, pero tampoco un sudamericano, de hecho solo siete hombre blancos han podido quebrar esa barrera, Franco quiere ser el octavo. Para eso dejó mucho atrás: “Extraño el rugby, lo hice durante 15 años, pero hoy decido estar acá”, afirma Franco. “Yo creo que puedo bajar los 10 segundos, hay que hacerlo, no es fácil, pero es posible”.

Morillas opina: “No tiene techo todavía, no sé cómo va a terminar. Los 10 segundos son hasta una barrera psicológica, pero estoy seguro que si él está físicamente preparado, esa barrera no va a existir”.

Mientras Franco sigue entrenando, tiene un motivo claro: “No quiero tener 40 años y preguntarme ¿qué tan rápido podría haber corrido?”.