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POR GASTON SANCHEZ – DIARIO CLARIN

En el CeNARD se está gestando un grupo humano que trabaja codo a codo para conseguir resultados como desde hace décadas no sucedía en el atletismo argentino.Son jóvenes comunes y corrientes. Entrenan, estudian, se divierten y toman mate. Pero cuando entran a la pista se transforman en animales competitivos que rompen una plusmarca tras otra y solo piensan en ganar.

Franco FlorioElián LarreginaMatías Falchetti y Juan Ignacio Ciampitti tienen 22 años. Son conocidos como “La generación dorada del 2000”, por su corta edad y los logros conseguidos. A ellos se les suma Pedro Emmert, dos años menor, otro integrante de esta gesta que eleva al atletismo argentino a lo más alto de Sudamérica.

Pero detrás de los éxitos y de las medallas hay mañanas de mucho entrenamiento. Ya sea bajo el sol agobiante del verano o el frío estremecedor del invierno. También hay tardes de dietas, masajes, terapia, y trabajo sobre su propio cuerpo. Esa máquina perfecta y medida hasta el más mínimo detalle que utilizan para competir.

Estos chicos nunca paran. Y cuando no están galopando sobre las pistas dedican su cabeza a las comidas, los descansos y a la recuperación de sus músculos. Viven por y para el deporte. Los cinco fantásticos del atletismo argentino dialogaron con Clarín sobre el presente y futuro de sus carreras. Porque, claro, detrás de cada vida, siempre hay una historia.

El argentino más rápido de la historia

Franco Florio, que recientemente se convirtió en el argentino más rápido de la historia al lograr hacer los 100 metros llanos en 10,11 segundos en el Sudamericano U23 de Brasil nació el 30 de mayo de 2000 en Buenos Aires. Y acaba de lograr otro éxito histórico en los Odesur de Asunción. Habla tan rápido como corre, pero antes de romper plusmarcas pasó muchos años con la guinda bajo el brazo.

“Siempre jugué al rugby, desde los cinco hasta los 20 años”, le confiesa a Clarín el ex jugador de Belgrano Athletic y la Selección Argentina de Seven. “A finales de 2016 hice mi primera carrera de atletismo, hice dos buenos tiempos y le agarré el gustito a ganar. Ya en 2017 decidí empezar a entrenar más seguido”, esgrime el velocista.

Pero claro, al jugar de wing su característica era la velocidad. Hacer en paralelo dos deportes al máximo nivel no es fácil y hay que saber alternar las cargas. “Cuando entré a Los Pumitas estaba entre el club, la Selección y el atletismo. Era mucho. Después también entré al Seven de Rugby, entonces las cargas eran muy altas. Así fue fluyendo hasta el 2020”.

-¿Cómo te dividiste entre tanta exigencia?

-Creo que tenía una gran facilidad para cambiar el chip cuando hacía todo eso. Es decir, si jugué el sábado y perdí, el domingo descanso y el lunes ya estaba entrenando atletismo. Cambiaba el chip rápido. Es como que separaba una cosa de la otra. Y lo mismo al revés. Si tenía un torneo de atletismo y volvía y tenía un compromiso con el rugby también.

-¿Qué destacás de ese proceso donde practicaste en paralelo ambas actividades?

-Con el tiempo y a la distancia creo que en ese proceso tuve dos grandes virtudes. Por un lado, no me frustraba porque no tenía tiempo para hacerlo. No me enojaba ni me enganchaba si perdía, porque ya al otro día estaba haciendo otra cosa. Cuando la cabeza ya está enganchada en algo no te pasa eso. Y por el otro, aprendí a competir desde muy chico mano a mano, y no me acostumbré al éxito.

-¿Cómo es eso?

-Yo llegaba a los torneos y me pasaba que si iba a ganar no era por mi preparación, ni por mi descanso. Porque yo competía contra rivales que se preparaban exclusivamente para esto y si le ganaba era por poquito. Entonces aprendí a competir siempre sin sentirme el favorito. Y eso me hizo bastante fuerte porque te acostumbrás a que a veces gane el otro y a que después te va a tocar a vos. Hoy creo que muchas veces a los más chicos les pasa que están acostumbrados a ganar siempre y cuando no ganás te chocás la cabeza contra la pared.

-Yo creo que cada uno lo va aprendiendo de a poco a sobrellevarlo, porque todos estamos muy nerviosos al momento de competir. Es algo normal. Con las preparaciones, con el tiempo, con el roce internacional te vas acostumbrando al nivel y a la competencia. Vas evolucionando en el ritmo de este deporte.

Las restricciones que se tomaron luego de la pandemia del coronavirus lo obligaron a dedicarse de lleno al atletismo. Luego de tocar la gloria en Brasil, Florio entrenó muy duro para competir en los Juegos Odesur 2022 disputados en Asunción, Paraguay, desde el 1 de octubre hasta este sábado.

Y otra vez volvió a hacer historia. El sprinter se coronó en la prueba madre del atletismo al hacer los 100 metros llanos en 10s35 con viento en contra y lluvia y se llevó la medalla dorada frente a grandes competidores. Este es el triunfo más importante de un velocista argentino en una prueba internacional en los últimos 28 años.

El prodigio que casi deja todo

Otro de los nombres del momento en el atletismo argentino es el velocista Elián Larregina. El suipachense, de 22 años, tiene una historia particular de encuentros y desencuentros con este deporte al que llegó de casualidad.

Yo arranqué a correr de grande, a los 17 años, gracias a un profesor de Suipacha”, adelanta Elián. Y rápidamente recuerda la primera vez que compitió en una prueba de 300 metros casi por casualidad del destino.

«Un día me acuerdo que un profesor llamó a mi mamá y le dijo que me tenía que presentar el viernes en una plaza porque teníamos un viaje, que íbamos a ir a correr a los Juegos Bonaerenses en San Andrés de Giles. Esa fue la primera vez que corrí en pasto 300 metros. Sin entrenar ni nada».

En esa prueba Elián se destacó y rápidamente fue a una Copa Nacional de Menores por insistencia de su entrenador. Con poco entrenamiento decidió competir en la Provincia de Mendoza y se clasificó para un Mundial Juvenil. No lo podía creer.

«Terminé y me dijeron que había hecho la marca mínima para ir a un Mundial de menores. Mi primera vez en una carrera en pista olímpica. Cuando le conté a mi entrenador se reía. Ni yo me lo esperaba. No sabía lo que era un Mundial, nada. Me acuerdo que yo quería salir de parado, sin tacos, porque no sabía usarlos”, añade.

Lo de Elián fue repentino y poco programado. A él siempre le gustó hacer deporte, pero no tenía planeado los logros que llegaron luego en su corta carrera como velocista.

Hasta el momento, ostenta el récord nacional en los 400 metros llanos al lograr marcar 45s53 en el Sudamericano U23 de Cascavel. Con esos números se convirtió en el primer argentino en llegar al podio de esa prueba en aquel certamen.

En los Juegos Odesur también se colgó la medalla de oro al terminar su prueba en 45s80 superando a los mejores especialistas de la región. Este «cuatrocentista» está registrando triunfos inolvidables que desde hace más de medio siglo no se veían. Para ello hay que remontarse a la época de Andrés Pelusa Calonje.

El integrante de la “Generación Dorada de los 2000” recuerda que llegó a desmayarse por la exigencia corriendo en el Mundial Juvenil. Claro, no tenía preparación, pero sí genética. De todas formas, mucha gente se acercó a felicitarlo. Era un desconocido y empezó de grande. Pero los otros atletas ya empezaban a escuchar su nombre por los pasillos.

-¿Te dabas cuenta de lo que generabas teniendo tan poco entrenamiento y siendo casi un outsider?

-Yo no me daba cuenta. Iba a entrenar solamente los sábados a una plaza, a veces faltaba porque salía… Lo hacía más que nada por hobby, hasta que en 2019 un compañero de la Selección me llamó y me dijo que viniera al CeNARD. Me consiguió una prueba, lo hablé con mi mamá y se dio. Me costó muchísimo adaptarme. En el hotel de acá me recibieron muy bien, pero siempre llegaba el fin de semana y quería volverme al pueblo.

-¿Dejaste todo y volviste a Suipacha?

-Sí. Pasó medio año y no aguanté, me volví porque extrañaba mis amigos y mi familia, el entorno. Después tuve una etapa de altos y bajos. Dejé, volví, dejé, volví…

-¿Y cuándo volviste al CeNARD para dedicarte de lleno a correr?

-Recién este año elegí dedicarme a esto. Mis compañeros y mi entrenador me hablaron y ahora estoy enfocado. En febrero me instalé acá y dije: ‘Este año quiero hacer las cosas bien’. Con Javier (Morillas), mi entrenador, arranqué hace casi dos años. Él me fue a buscar muchas veces al pueblo y me insistió. El deporte me hace bien, me gusta. Aparte el ambiente de allá no era tan bueno.

-¿De qué ambiente te alejaste?

-Tenía amigos más grandes que yo. Todo lo contrario a este lugar. Yo allá vivía de noche, tenía salidas nocturnas, tenía una vida mala. No me cuidaba. Entonces este año dije: ‘Me quedo acá’. Y mi vieja también le insistió a Javier por eso. Para mejorar el estilo de vida.

-¿Qué recordás de aquel día en que Javier te fue a buscar a tu casa para que volvieras a entrenarte?

-Y… Me había vuelto y había pasado como un mes. Él (Javier) siempre me mandaba mensajes para que viniera a entrenarme. Yo estaba con mis amigos y perdía el tiempo. Un día estaba tomando mates con mi mamá y veo que para una camioneta en la vereda. Mi mamá ya sabía, yo me enteré después. Él me fue a buscar a Suipacha para que yo vuelva al equipo argentino a entrenar. Y acá estoy.

Javier Morillas es fundamental para la vida de estos chicos. Los entrena deportivamente, pero también está en el día a día preocupándose de que no les falte nada. Es un administrador de egos y un generador de talentos.

Hay equipo

Matías Falchetti también es entrenado por Javier. Este joven de Avellaneda, que actualmente estudia Profesorado de Educación Física, quedó en la cuarta posición de los 400 metros donde su compañero Elián obtuvo el podio.

Pero también fue parte del equipo que obtuvo la medalla de plata en las carreras de relevos de 4×100 y del equipo que demolió el récord nacional absoluto de postas en 4×400.

Matías conoció el atletismo por un familiar maratonista. Él pasaba su tiempo jugando al voley, pero un día sintió la necesidad de hacer un cambio. “Con 13 años, dije ‘voy a correr 21 kilómetros’. Y empecé a correr en una plaza solo, sin entrenador, sin nada. Iba dos o tres veces por semana y hacía 10 kilómetros o 15”, recuerda.

“Al año siguiente un amigo empezó atletismo en el colegio y me dijo ‘a vos que te gusta correr, vení y probá’. Así fue como empecé en Parque Domínico”, cuenta el joven de Avellaneda.

Se clasificó para los Juegos Bonaerenses y en 2015 fue campeón nacional, hasta que a los 17 años sintió que estaba estancado. “Me frustré bastante”, cuenta con una mueca.

Los entrenamientos eran muy duros y a veces si uno no tiene resultados piensa ‘¿qué estoy haciendo?’. Te replanteas cosas”.Entonces se me cruzó volver a probarme en un club de voley. Había quedado en un club de segunda. Pero decidí darle una última oportunidad al atletismo, en marzo del año pasado, cambiando de profesores y rodeándome de atletas de primer nivel para superarme”.

Llegar al CeNARD y rodearse de sus actuales compañeros le permitió dar un salto de calidad.

-¿Quiénes te ayudaron a superar ese momento?

-Me acompañó mucho mi vieja. Uno en caliente a veces quería dejar todo y ella me bajaba a tierra y me decía ‘está bien que te guste el voley, pero fijate que tenés todo armado acá’. Ella también me dijo que le gustaba la idea de que comenzara a entrenar con Javi, por los resultados que veía al costado de la pista. Y así fue… Empecé a entrenar con él y me cambió todo. Siento que aprendí a correr de nuevo, me cambió mucho la cabeza, la forma de pensar las carreras, los entrenamientos y de resolver las cosas. Sin menospreciar a mis otros entrenadores, de ellos voy a estar agradecido siempre.

Juan Ignacio Ciampitti tiene 22 años y es de Lincoln. Sus compañeros lo señalan como aquel que es encargado de hacer los mates en el equipo. “El otro día me compré una matera para llevarla sí o sí a los Odesur”, cuenta. Y añade entre risas: “Cuando me subí al micro los chicos me decían ‘Ché, ¿jugás en Inferiores?’”.

Pero Juan Ignacio no es futbolista, es velocista. Y en los Sudamericanos U23 de Cascavel el joven de El Triunfo, una localidad de menos de 2 mil habitantes, obtuvo el récord nacional u23 en 200 metros al marcar 20s91.

-¿Cómo arrancaste en el atletismo?

-Yo jugaba al fútbol hasta hace muy poco, un año. Y el atletismo lo descubrí en los Juegos Bonaerenses, tenía un compañero que corría y quise probar. Justo quedé libre en el club, probé y la verdad que me gustó. Corrí en los provinciales, en los nacionales, me empezó a gustar la competencia y el tema de que viajas a todos lados. Este año me vine para acá desde Lincoln porque sentía que no podía avanzar más allá, por las pistas de tierra y las condiciones en general. Al venir acá la verdad que dí un gran paso.

-¿Te costó la adaptación al llegar a Buenos Aires?

-La adaptación me costó bastante. Me costó adaptarme a la ciudad y a las pistas de acá porque la verdad que genera dolores a la hora de entrenar y hay cosas a las que no estaba acostumbrado en ese sentido. Pero una vez que me acostumbré y ya pude entrenarme con mis compañeros me sirvió un montón, me sirve entrenarme con atletas de alta calidad como ellos. Eso me dio un escaloncito que yo no tenía allá. Además en el día a día, cómo me recibieron, la verdad que nunca tuvieron problema,me adaptaron perfecto al grupo. Si no fuera por ellos, por cómo me integraron, no hubiera sido tampoco posible.

-¿En quién te apoyaste?

-Yo no tenía ganas de venirme para acá. Yo sentía que en el pueblo estaba súper tranquilo, estaba con mis amigos de toda la vida, y no tenía ganas de cambiar sinceramente. Mi viejo me dijo ‘dale, dale, andá’. El también conoció el CeNARD porque estuvo en la Selección Argentina de waterpolo. Estuve un mes dando vueltas y me vine a entrenarme para acá y tenía razón.

-¿Cómo es el día a día con tus compañeros?

A mí, la verdad, que me trataron espectacular desde el día uno. Yo ya los conocía un poquito. Pero cuando llegué, al segundo día ya estaba adaptado perfectamente, se hacían chistes, todo. Hubo un mes que yo no tenía el auto y Franco (Florio) me trajo todo ese tiempo a entrenarnos. Me hizo de chofer un mes. Me pasaba a buscar todos los días por casa. Tenía como una hora y pico en colectivo desde mi casa hasta acá (CENARD). No sabíamos pero vivimos a cinco cuadras de diferencia.

Pedro Emmert es el más joven de este quinteto y forma parte del equipo de relevos de 4×400. Es de Rafaela, Santa Fe, y tiene apenas 20 años. Si bien desde chico había practicado atletismo fue una pasión que estuvo oculta. Llegó al CENARD en 2017 para entrenarse en triatlón, pero ver las pistas de velocidad lo movilizaba. Un día decidió cambiar por completo.

Yo venía, veía las competencias y me daba ganas de competir y de pisar las pistas. Al vivir acá me daban ganas de correr. Pero yo era fondista, hacía natación, ciclismo y corría, no se me pasaba por la cabeza hacer 400 metros llanos”, cuenta.

En el 2019 venía agotado por temas personales y opté por cambiarme. O dejaba el deporte o trataba de rescatar el deporte en mi vida. Y lo pude hacer. A los tres meses obtuve buenos resultados y me di cuenta de que era a lo que me quería dedicar de acá en adelante”.

-¿Por qué estabas mentalmente agotado?

-En el triatlón es muy agotador el proceso del entrenamiento, es mucha carga horaria. Y yo consideré que al no disfrutar lo que yo hacía, no iba a llegar muy lejos. Dentro de todo me iba bien porque entrenaba, pero no era que me levantaba y tenía ganas de ir a hacer la rutina. Llegó el momento de que estaba tan quemado de la cabeza que tuve que decidir porque sino dejaba el deporte, no quería saber más nada con nada. Era la última oportunidad que yo tenía, me quedaban tres meses de contrato en el CENARD. Ahí me pasé al atletismo.

-¿Quién te apoyó en ese momento?

-Mi viejo fue una clave porque siempre me insistió en que pruebe. Tanto los entrenadores como los compañeros me apoyaron y ahí conocí el ambiente del atletismo que me encanta. Hay mucha humildad acá. Mi papá estuvo desde el momento uno en lo que es el deporte. Mi mamá también pero desde un lado más sentimental. En este caso, mi viejo me insistía tanto porque él viene del palo del deporte, fue ciclista. Yo le hice caso y él tenía razón.

-¿Hay tiempo para disfrutar?

-Más allá de que sea un deporte individual, si vos no venís a la pista y disfrutás de tus compañeros y de lo que estás haciendo antes, durante y después del entrenamiento, todo esto no tiene sentido. Porque venimos compartimos, tomamos mate, entramos en calor, nos reímos y es la base para irte contento del entrenamiento. Es en lo que más me apoyo.